No obstante, Jehová seguía con David, él no se sintió afectado por los cambios de parecer del rey, y se mantuvo humilde ante Dios. El problema de Saúl contra David era que preveía que David era el que le quitaría el reino, de ahí nacía esa raíz de amargura. David era una amenaza para Saúl. Sin embargo, aunque David tuvo varias veces la ocasión de matar a Saúl, nunca se atrevió a levantar la mano contra el ungido de Jehová. David no quería violentar la autoridad establecida por Dios, sino que dejaba que Dios actuara.
Esta es la gente que Dios busca: temerosa, que no se mueva ni ceda ante las presiones, sino que permanezca en la limpieza de sus manos. Saúl lo perdió todo por ser un impaciente, no esperó a que llegara el profeta sino que, de su propia iniciativa, sacrificó los holocaustos. Saúl le preocupaba porque el pueblo se estaba impacientando y desertando. Por no haber esperado tres horas, el rey Saúl perdió la afirmación de su reino para siempre. El no creía que Dios era quien lo había llevado allí y que, aunque todo el pueblo lo dejara, Dios permanecería a su lado.
No te impacientes ni te dejes llevar por lo que la gente pueda decir. Si Dios te ha puesto en espera, no te muevas por tu propia iniciativa. Mira con fe al Señor, agárrate a sus promesas y si Él te ha llevado por ese desierto, te dará la victoria y no te entregará en manos de tu adversario.
Fuente:Revista Impacto Evangelistico.
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