lunes, 23 de enero de 2012

Los tres fundamentos del compromiso con Dios

Rev. Alberto Ortega

“Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz.” Juan 5:35.
La palabra compromiso procede del latín compromissum, es usada para describir una transacción pactada entre dos personas por medio de un depósito que ambos hacían a una entidad de arbitraje comercial. En caso de un litigio entre ambos compromisarios, recurrían a esta entidad que daba su veredicto entre los dos socios.
 
Desde el punto de vista espiritual, el compromiso es la entrega que hacemos de nuestra vida en las manos de Dios como un depósito para que Él sea el árbitro legal, con plena autoridad para dictaminar si la fidelidad que hemos pactado con Él y su Obra sigue invariable dentro del marco inicial.

En el evangelio de Juan 5:35, Jesús resumió el ministerio de Juan el Bautista con estas palabras: «Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz». En la Versión la Biblia del Oso, leemos: «Él era candil que ardía, y alumbraba; mas vosotros quisisteis engreíros por un poco a su luz».

El Señor Jesucristo quiso aclarar a los que cuestionaban su proclamación como el Mesías y como el Hijo de Dios, recordándoles que Juan el Bautista fue el primero en proclamar esta verdad, pero que a pesar de las cualidades incuestionables de Juan, su integridad moral y espiritual, así como la evidencia de un ministerio ungido por Dios que los conmovió, pero, tampoco le creyeron.

Es interesante notar las palabras con las que Jesús define a Juan el Bautista: «él era (nos habla de su identidad) antorcha que ardía (nos revela el proceso interno) y alumbraba (nos señala el efecto externo)».

Estos que cuestionaban a Jesús eran inconstantes ante la Obra de Dios, tan solo se regocijaron por un tiempo, en la Biblia del Oso dice: por un poco, en la versión 1909 dice: por una hora. Aquella antorcha o lámpara que Dios había encendido no penetró en sus vidas de forma permanente, solo les hizo efecto por una hora, tuvo el alcance de un flash que ilumina a la misma velocidad que se apaga. Aquella luz, aunque los atrajo poderosamente, no logró hacerlos perseverar en aquella verdad por mucho tiempo.

Jesús se refiere a la antorcha usando una palabra que era muy conocida de los que le oían, se usaba el término de antorcha para destacar a los maestros que por su santidad y conocimiento de las verdades de Dios brillaban, iluminaban y avivaban al pueblo. Los distinguían como luces o lámparas, antorchas, luces ardientes o luces resplandecientes.

En el libro del Zohar (comentario bíblico judío) el Rabino Simeón hijo de Jocai era llamado «la luz santa». Aseguraban que este hombre era una lámpara de luz que ardía hacia arriba y hacia abajo. Alumbraba abajo sobre todos los hijos del mundo; pero también alumbraba al mundo porque su luz de abajo ascendía hasta la luz de arriba.

Cuando Jesús destaca y define el ministerio de Juan, éste ya había sido decapitado por Herodes. Así se refiere a Juan en tiempo pasado, él era, es decir que su ciclo había terminado, su ministerio había concluido, pero lo selló con una nota de triunfo, con un compromiso sin fallas, ni fisuras.

Lucas es el evangelista que dedica más versículos acerca de la vida de Juan, le consagra el capítulo primero de su evangelio. Pedro nos advierte: «Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo» (2 Pedro 1:21).

El Espíritu Santo no dedicaría un capítulo entero a algo irrelevante o que no merezca nuestra atención. Lucas en su capítulo primero describe con lujo de detalles a Juan, quiénes eran sus padres, el anuncio de su nacimiento por un ángel al lado del altar del incienso, la profecía que pronunció Zacarías, su padre, la visita de María, madre de Jesús, a su madre Elisabet, su llenura del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, su circuncisión, su crianza y crecimiento.

La vida y el ministerio de Juan nos mueven a considerar tres elementos claves o fundamentos invariables del Compromiso con Dios y su Obra.

I. El primer fundamento del Compromiso es el de la Ubicación

«Y el niño crecía, y se fortalecía en espíritu; y estuvo en lugares desiertos hasta el día de su manifestación a Israel» (Lucas 1:80).

El desierto fue el lugar donde Juan se formó y se desarrolló, en esa ubicación o posición se mantuvo y perseveró durante su etapa de crecimiento, y más tarde de ministerio. Fue fiel al lugar en el cual Dios lo llamó, no se desubicó durante toda su existencia de aquel medio ambiente duro, inclemente y despiadado con la naturaleza humana.

Vemos a Juan adaptarse perfectamente en aquella posición que Dios había escogido para él. En Lucas 3:2 leemos: «Y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto», aquí aparece el cambio en el proceso de formación y crecimiento. En Lucas 1:80 lo vemos creciendo y fortaleciéndose en el desierto, luego en Lucas 3:2 la palabra de Dios vino a Juan en el mismo lugar o ubicación en el que se formó.

Durante su toda existencia, jamás perdió la dimensión del desierto, porque fue el lugar que Dios escogió para él. Cuando la palabra de Dios vino a él en el desierto no salió corriendo, se movió hacia el Jordán, pero manteniéndose en la parte del desierto. «En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado» (Mateo 3:1-2).

¿Por qué se mantuvo en el desierto? En Lucas 3:4 tenemos el motivo: «Como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor; Enderezad sus sendas». Era el desierto que identificaba su ministerio desde la perspectiva profética, Isaías reveló que el precursor del Mesías sería la Voz que clama en el desierto. Juan no hubiera cumplido con la profecía que señalaba el desierto como la clave de su ministerio.

Lo primero que aprendemos de esta antorcha era su ubicación voluntaria. Ocupó el lugar de su compromiso con Dios y en ningún momento se planteó salir del lugar divinamente escogido. Por mantenerse en el desierto, Dios le trajo toda Judea y Jerusalén al lugar de su compromiso.

El segundo principio que Juan nos enseña es el saber vivir de lo que se tiene al alcance dentro del lugar del compromiso. «Y Juan estaba vestido de pelo de camello, y tenía un cinto de cuero alrededor de sus lomos; y su comida era langostas y miel silvestre» (Mateo 3:4).

No comía langostas (saltamontes) porque fuera un fanático del insecto, ni de comidas exóticas tan de moda en nuestros días, sino porque era lo que único que estaba a su alcance. En esta obra del Movimiento Misionero Mundial, el cuerpo ministerial, hemos aprendido a vivir donde Dios nos ha ubicado, no importando el sacrificio ni la escasez. Los lugares en donde el Señor nos ha enviado no nos han espantado, no le hemos huido al esfuerzo misionero, hemos sido adiestrados por el Espíritu Santo para el sacrificio por amor a la Obra de Dios y no hemos abandonado nuestra ubicación, aunque hemos tenido que aprender a aprovechar lo que teníamos a nuestro alcance. Las nuevas generaciones de pastores que por la Gracia de Dios han sido añadidas dentro de esta Obra no deben olvidar este Fundamento del Compromiso.

El impacto de Juan en su ubicación fue tan grande que no solo atrajo a los pecadores al Jordán, sino también el interés del liderazgo espiritual de la nación. «Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres?» (Juan 1:19).

Si somos fieles a Dios siempre llega el día en que ministerialmente atraemos la mirada, un día en que las multitudes llegan, el reconocimiento aparece, ese es el momento en que muchos se desubican y piensan que hay que dejar el desierto del compromiso por la Jerusalén de las glorias humanas. Las glorias humanas son el reflejo del egocentrismo, las antorchas de Dios brillan por medio del Compromiso.

¿Cuál era el centro de interés del Sumo Sacerdote? «Este es el testimonio de Juan, cuando los judíos enviaron de Jerusalén sacerdotes y levitas para que le preguntasen: ¿Tú, quién eres? Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo. Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? Para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?» (Juan 1:19-22).

« ¿Tú, quién eres? ¿Eres tú Elías? ¿Eres tú el profeta? ¿Pues quién eres? Para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo?» ¡Qué tremendo! Cuando llega la notoriedad llega el «¿Quién eres? ¿Qué dices de ti mismo?». ¡Cuántos sucumben ante la fama y el renombre! Si Juan hubiera buscado el reconocimiento humano, este era el momento ideal, pero su Compromiso con Dios era más importante por tanto su respuesta fue de lo más contundente: «Confesó, y no negó, sino confesó: Yo no soy el Cristo».

En la Obra de Dios no sirve el renombre, sino la ubicación dentro del Compromiso con Dios.

II. El Segundo Fundamento del Compromiso es lo que nos Motiva a Trabajar

La delegación de los sacerdotes y levitas no era la única que se hacía preguntas con respecto a Juan. En Juan 1:24-27 leemos: «Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado».

También había una delegación de fariseos que oyeron todas las preguntas de los sacerdotes, estos, ante el «no» rotundo de Juan a todas las preguntas, le propusieron otro tipo de pregunta: «¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta?» Querían saber si no era el Mesías, ni Elías, ni el profeta, por qué estaba practicando el bautismo que la tradición atribuía exclusivamente al Mesías, el cual, purificaría al pueblo de Israel a través de un bautismo en agua. Los fariseos formaban parte de los que creían que la nación entera necesitaba una purificación mesiánica por medio de las aguas. Antes de entrar al templo, los judíos piadosos practicaban un ritual de purificación que consistía en sumergirse vestidos con túnicas blancas en las aguas del estanque de Betesda que por encontrarse en los aledaños del Templo se le atribuía propiedades sagradas.

A diferencia de las que hicieron los sacerdotes, esta pregunta fue contestada con lujo de detalles, el corazón y los ojos del Bautista se iluminaron, la temática era diferente. Los sacerdotes se centraron en ¿quién eres? Los fariseos le preguntaron ¿qué haces? Ésta temática le apasionó porque tocaron las motivaciones de su alma. En la obra de Dios, el renombre, el quién dices o quieres que digan que eres no tiene importancia, lo que importa realmente es ¿Qué motivaciones reales nos mueven a trabajar, a pasar penalidades y a sufrir por la Obra de Dios?

Sobre este punto Juan fue contundente y dio más detalles: «Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado». Empezó a describir a Aquel que le motivaba a servir, Aquel del cual no era digno de desatar la correa del calzado, el que era antes que él aunque nació tres meses después de él, el que es el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin.

Este es el Segundo Fundamento del Compromiso con Dios y su Obra, algo que tenemos que tener claro para poder servir a Dios, ¿por quién lo hacemos todo? ¿Para nuestro renombre o para el que tiene un nombre que es sobre todo nombre? Nadie dentro de esta Obra puede trabajar para su propia gloria, sino únicamente para la Gloria de Aquel que vino a salvarnos de nuestros pecados.

III. El Tercer Fundamento del Compromiso es entender nuestro Tiempo en la Obra de Dios

«Él era antorcha que ardía y alumbraba; y vosotros quisisteis regocijaros por un tiempo en su luz» (Juan 5:35).

El Señor se refiere a Juan en tiempo pasado «Él era», esto significa que no importa cuán ungidos somos, cuánto logramos, cuántas multitudes atraemos, cuantos milagros realizamos, todos somos antorchas o lámparas temporales que un día se apagarán.

Esta Obra del Movimiento Misionero Mundial tiene solamente 48 años de existencia, es todavía una Obra joven, en el transcurso de los años tuvimos que incorporar en nuestra mente, corazón y horizonte cosas nuevas. Por ejemplo, todos pensábamos que el Rev. Luis M. Ortiz seguiría al frente de la misma hasta el arrebatamiento de la iglesia al Cielo, éramos y somos todavía una Obra joven. No nos planteábamos que un día aquella antorcha que ardía para Dios en nuestro medio iba a apagarse, pero tuvimos que asimilar la transición como parte del proceso de Dios y así poder continuar hacia adelante. Las transiciones forman parte de la Obra de Dios, no debemos resistirlas ni oponernos a ellas.

Toda antorcha arde porque tiene un combustible que la hace arder, pero el combustible tiene su tiempo, se agota y la lámpara se apaga. Cuando el hombre de Dios brilla es porque está ardiendo para Dios, se está quemando para Dios y todo lo que arde consume el combustible que lo mantiene ardiendo.

Nuestro Señor Jesucristo nos dice que Juan ardió por una hora, a pesar de las multitudes que se amontonaban para ser bautizadas en las aguas del Jordán, a pesar de ser el precursor del Mesías, a pesar de haber bautizado al Hijo de Dios, a pesar de haber preparado el camino a la Segunda Persona de la Trinidad, solo pudo dar su luz por una hora. Su ministerio fue más corto que el de nuestro Señor Jesucristo. Solo somos lámparas temporales, Jesús es la Luz Eterna, las lámparas se apagan, la Luz no tiene final.

Juan el bautista fue consciente de que tenía una función transitoria, por esta razón preparó la mente y el corazón de sus discípulos para que asumieran la transición necesaria de aquella antorcha temporal y los llamó a mirar la Luz eterna que era Jesús.
Oigamos este sentir en labios de Juan: «Entonces hubo discusión entre los discípulos de Juan y los judíos acerca de la purificación. Y vinieron a Juan y le dijeron: Rabí, mira que el que estaba contigo al otro lado del Jordán, de quien tú diste testimonio, bautiza, y todos vienen a él. Respondió Juan y dijo: No puede el hombre recibir nada, si no le fuere dado del cielo. Vosotros mismos me sois testigos de que dije: Yo no soy el Cristo, sino que soy enviado delante de él. El que tiene la esposa, es el esposo; mas el amigo del esposo, que está a su lado y le oye, se goza grandemente de la voz del esposo; así pues, este mi gozo está cumplido. Es necesario que Él crezca, pero que yo mengüe» (Juan 3:25-30).

Sabía que como antorcha o lámpara solo sería temporal y preparó la transición. Unos veinte años después de su ministerio y muerte, Apolos, un discípulo de Juan, apareció en Éfeso: «Llegó entonces a Éfeso un judío llamado Apolos, natural de Alejandría, varón elocuente, poderoso en las Escrituras. Este había sido instruido en el camino del Señor; y siendo de espíritu fervoroso, hablaba y enseñaba diligentemente lo concerniente al Señor, aunque solamente conocía el bautismo de Juan. Y comenzó a hablar con denuedo en la sinagoga; pero cuando le oyeron Priscila y Aquila, le tomaron aparte y le expusieron más exactamente el camino de Dios» (Hechos 18:24-26).

Priscila y Aquila, colaboradores de Pablo, le expusieron a Apolos lo que Juan enseñó acerca de Jesús, y éste sin ningún problema recibió aquella transición de la antorcha a la Luz. Si Juan no lo hubiera preparado para pasar de la antorcha a La Luz, éste se hubiera mantenido en aquel bautismo del Jordán, pero sabía que Juan había señalado con toda claridad a Jesús el Cristo, y esto le ayudó hacia una transición natural y no traumática.

Poco tiempo después, el Apóstol Pablo encontró a doce discípulos de Juan en Éfeso, vio la realidad de la piedad en ellos, pero observó que les faltaba algo. Les preguntó de qué bautismo habían sido bautizados: «Aconteció que entre tanto que Apolos estaba en Corinto, Pablo, después de recorrer las regiones superiores, vino a Éfeso, y hallando a ciertos discípulos, les dijo: ¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis? Y ellos le dijeron: Ni siquiera hemos oído si hay Espíritu Santo. Entonces dijo: ¿En qué, pues, fuisteis bautizados? Ellos dijeron: En el bautismo de Juan. Dijo Pablo: Juan bautizó con bautismo de arrepentimiento, diciendo al pueblo que creyesen en aquel que vendría después de él, esto es, en Jesús el Cristo. Cuando oyeron esto, fueron bautizados en el nombre del Señor Jesús. Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban. Eran por todos unos doce hombres» (Hechos 19:1-7).

Vemos de nuevo una transición sin problemas de la antorcha hacia la Luz, Juan había hecho lo correcto con los que le seguían, no quiso dejarlos estancados en el Jordán que solo era un paso de fe para llegar al Salvador. Si somos conscientes de que somos lámparas temporales, ayudaremos grandemente los procesos de la Obra de Dios y no los estorbaremos.

Hay un peligro de no entender este fundamento del Compromiso, en 2 Samuel 11:1 leemos: «Aconteció al año siguiente, en el tiempo que salen los reyes a la guerra, que David envió a Joab, y con él a sus siervos y a todo Israel, y destruyeron a los amonitas, y sitiaron a Rabá; pero David se quedó en Jerusalén» (2 Samuel 11:1).

En esta ocasión David pensó que su tiempo como antorcha de su ejército había concluido. Pensó que ya no era necesario salir al campo de batalla, la Biblia nos dice que se quedó en el tiempo que salen los reyes a la guerra y envió a su ejército a pelear contra los amonitas. El resultado fue catastrófico, en la recta final de su vida, David cometió la falta más grave y horrenda de toda su carrera. Esta catástrofe lo alcanzó a él, a toda su familia y aun la nación entera. Perdió la perspectiva de su tiempo de Compromiso como antorcha de guerra y fracasó gravemente.

Pero en 2 Samuel 21. 16-17 aparece otro error con el factor tiempo: «E Isbi-benob, uno de los descendientes de los gigantes, cuya lanza pesaba trescientos siclos de bronce, y quien estaba ceñido con una espada nueva, trató de matar a David; mas Abisai hijo de Sarvia llegó en su ayuda, e hirió al filisteo y lo mató. Entonces los hombres de David le juraron, diciendo: Nunca más de aquí en adelante saldrás con nosotros a la batalla, no sea que apagues la lámpara de Israel» (2 Samuel 21:16-17).

Esta fue la última batalla de David, si Abisai, su sobrino, hijo de su hermana Sarvia no interviene aquel gigante le quita la vida. Había llegado al final del combustible de su antorcha, ahora le tocaba preparar la transición. Puso en peligro que la lámpara de Israel se apagara y los enemigos aprovecharan esa oportunidad para destruir a la nación.

Un día nuestra lámpara se apagará, pero la Luz (Cristo) que está brillando en esta Obra de Dios nunca se apagará porque es divina, inagotable y eterna.

Amado no se mueva de los Fundamentos del Compromiso con Dios, es lo único que tiene recompensa aquí y en la eternidad, solo manteniéndose dentro de la voluntad de Dios logrará alcanzar la meta de su vida y de su ministerio, estamos viviendo tiempos finales, recuerde lo que Jesús dijo: «El que persevere hasta el fin, éste será salvo» (Mateo 24:13). Si su Compromiso con Dios está por apagarse, o se ha apagado, vuelva ahora mismo al que lo llamó y lo salvó, todavía puede hacerlo. Dios le bendiga.

Fuente:Revista Impacto Evangelistico.

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