• Miré todas las obras que se hacen debajo del sol; y he aquí, todo ello es vanidad y aflicción de espíritu. – Eclesiastés 1:14.
• Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. – Filipenses 3:14.
Recientemente un periodista entrevistaba a un importante hombre de negocios que no cesa de desarrollar empresas en diferentes ámbitos y países. Al finalizar la entrevista, el periodista le preguntó: «Dígame, señor, ¿cuál es su motivación?». El entrevistado contestó: «A menudo me hago la misma pregunta, pero hasta hoy no he encontrado la respuesta».
¡Cuántas personas se parecen a ese hombre de negocios! Son llevadas por su impulso, pero, ¿hacia dónde van y cuáles son realmente sus objetivos? Si se pusiesen bajo la implacable luz, pero buena y fiel, de la Palabra de Dios, quizá se darían cuenta de que en realidad lo que ocurre es que aman el poder, el dinero, los placeres… Dicho de otra manera, su motivación es satisfacer el «Yo» bajo todas sus formas.
¿Cuál es nuestra motivación? Sería bueno saberlo para no tener que descubrir un día, trágicamente, que corrimos hacia espejismos, hacia las redes de aquel (el diablo) que quiere esclavizarnos, someternos al pecado y conducirnos a la muerte eterna.
El creyente fue alcanzado por el amor de Cristo; entonces su evaluación de las cosas cambió completamente. El apóstol Pablo pudo decir: “Estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor” (Filipenses 3:8). Desde entonces su objetivo está claro: es Jesucristo, el hombre resucitado que está en el cielo.
Fuente:Revista Impacto Evangelistico.
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