JehuLaVerdad
La Verdad No Sera Callada
miércoles, 2 de mayo de 2012
Un helado para el alma
La semana pasada lleve a mí hijo a comer a un restaurante. Mi hijo de dos años me preguntó si podía bendecir la mesa antes de comer lo que nos habían traído. Mientras inclinamos nuestras cabezas, y plegamos nuestras manos, mi niño dijo:
- Dios es bueno, Dios es grande. Te doy gracias por los alimentos que vamos a comer y te agradecería aún más si mamá nos da helado como postre. Y que haya libertad y justicia para todos. Amén.
Junto con algunas risas que provenían de las mesas de a lado, escuché a una mujer decir:
- Eso es lo malo de este país. Los niños de hoy ni siquiera saben como orar. Preguntarle a Dios por un helado?. ¡Que tontería!.
Al escuchar tan duro comentario, mi hijo rompió a llorar y me preguntó si había hecho algo malo y si Dios estaría molesto con él. Lo abracé y sequé sus lágrimas diciéndole que había hecho un magnífico trabajo y que Dios de ninguna manera estaría molesto con él.
Tan pronto acabe de decir estas palabras cuando un anciano se aproximó a nuestra mesa. Le hizo un pequeño guiño a mi hijo, se agachó a su costado y le dijo:
Tan pronto acabe de decir estas palabras cuando un anciano se aproximó a nuestra mesa. Le hizo un pequeño guiño a mi hijo, se agachó a su costado y le dijo:
- Estoy seguro que Dios pensó que fue muy buena tu oración.
- En verdad respondió mi hijo.
- Totalmente seguro. Luego en susurros le dijo: “Es lamentable que ella – Señalando a la mujer con el dedo- nunca le pida a Dios por un helado. A veces, un poco de helado es bueno para las almas”.
Naturalmente compré helados para mi hijo para el postre. Luego de terminar su helado mi hijo se quedó un poco pensativo e hizo algo que nunca olvidaré por el resto de mi vida.
Sirvió un poco de helado en uno de los platos que había sobre la mesa y sin pronunciar ni una sola palabra camino por el restaurante y se paró frente a la señora.
Con una gran sonrisa le dijo:
-Esto es para usted. A veces, el helado es bueno para las almas y la mía ya tuvo suficiente.
Blanca Morales.
Mateo 19:14 Y Jesús dijo: Dejad á los niños, y no les impidáis de venir á mí; porque de los tales es el reino de los cielos.
miércoles, 25 de abril de 2012
¿Qué papel tiene Internet en su vida social?
[ Amenidades ]
¿Internet nos acompaña o nos hace sentirnos más solos? Esta pregunta, además de rondar la cabeza de algunos en algún momento, también se la han hecho investigadores, periodistas y analistas. No se puede negar que Internet cambió la forma en cómo nos relacionamos a partir de las redes sociales y los otros fenómenos que se presentan.
Puede que Facebook nos haga sentir tristes, pero el papel de Internet en la soledad puede ser más diverso. En un artículo de GigaOM se dan a la tarea de tratar de llegar a una conclusión recopilando algunas opiniones que se han dado hace un tiempo.
La polémica comienza por un artículo que Sherry Turkle, profesora de MIT publicó en The New York Times, en el que afirma que en medio del mar de mensajes de texto, charlas de Facebook y los 140 caracteres de Twitter, sentimos que estamos más cerca, pero en realidad nos impide tener conversaciones reales.
Turkle afirma que todos esos mensajes son solo unos pocos momentos que sumados no logran mucho. “Caminando a través de una biblioteca universitaria o el campus con alta tecnología, se ve la misma cosa: estamos juntos, pero cada uno de nosotros está en nuestra propia burbuja, furiosamente conectados a teclados y pequeñas pantallas táctiles”. ¿Tiene razón la investigadora?
Lo primero es que nadie duda que una conversación por Facebook no puede reemplazar el contacto real. Pero esto no significa que la red social, o los fenómenos similares, sean culpables. La respuesta a Turkle la puede tener el sociólogo Zeynep Tufekci que dice que el mundo en línea ayuda a la interacción en la vida real, porque se ha llegado a un punto en el que es difícil, en un sentido social, distinguir el uno del otro.
Varios apoyan al sociólogo: no se puede pensar que las conversaciones en línea vienen a reemplazar el intercambio en vida real, sino que son un apoyo. Muchas personas llegan a conocer a otras que tienen sus mismos intereses por medio de Twitter u otras redes.
La conclusión del artículo de GigaOM es muy prudente: mucha gente solitaria utiliza Internet de la misma manera que el televisor en la noche. Esto no significa que el medio causa soledad.
¿De que lado de la discusión están ustedes? Es probable que lo hayan dejado hablando solo porque responder una ‘urgente’ conversación en BlackBerry, pero también es posible haya encontrado amistades nuevas en Internet. Entonces, ¿Internet qué papel juega?
Fuente:enter.co
¿Echó usted el ancla?
El ancla es un instrumento metálico, compuesto por una barra y dos uñas o más, que permanece co
El ancla es un instrumento metálico, compuesto por una barra y dos uñas o más, que permanece colgado de una cadena. El marinero la echa en el agua para impedir que el barco salga a la deriva.
La seguridad que proporciona depende de la naturaleza del fondo en el cual está aferrada y de la solidez de la cadena. Se toman todas las precauciones para que pueda resistir, si fuera necesario, a un mar enfurecido. Generalmente un barco posee varias anclas. Una de ellas, la más fuerte, que sólo se utiliza en casos extremos, se llamaba en otros tiempos el ancla de la misericordia o de la salvación.
El ancla, con sus caracteres de seguridad y firmeza, es una hermosa imagen de la esperanza del creyente, fundada en Jesucristo. Nos mantiene unidos a Dios mismo, a la roca de su inmutable fidelidad. Para el creyente es un poderoso consuelo el saber que está ligado para siempre a Cristo, quien después de cumplida la obra de la cruz, entró al cielo donde se halla como nuestro “precursor” (Hebreos 6:20).
¿Precursor? era el muy significativo nombre que se le daba a una pequeña lancha que, al desprenderse del navío, llevaba el ancla a un lugar seguro, en el puerto por ejemplo, para garantizar la seguridad de la tripulación. Representa lo que Jesús es espiritualmente para nosotros. Él fue el primero en entrar a la misma presencia de Dios para prepararnos lugar y, como la invisible cadena del ancla, nuestra fe nos une a él.
...tengamos un fortísimo consuelo los que hemos acudido para asirnos de la esperanza puesta delante de nosotros, La cual tenemos como segura y firme ancla del alma, y que penetra hasta dentro del velo, donde Jesús entró por nosotros como precursor... Hebreos 6:18-20.
Fuente:poderypaz.com
¿Dónde está Dios?
Eran enormes pilas de cartas, y cada día entraban nuevas. Llegaban entre cincuenta y cien cartas diarias, principalmente de Europa y América, aunque también del resto del mundo. Su destino era el correo de Jerusalén, y las autoridades no sabían qué hacer con ellas. Eran cartas que iban dirigidas a «Dios en Jerusalén».
Una carta iba dirigida así: «El Señor del mundo. Trono de gloria. Séptimo cielo. Jerusalén.» Algunas de esas cartas contenían peticiones de ayuda, especialmente de solteras que buscaban esposo. Otras venían de niños que habían sido abandonados. El jefe de correos se vio obligado a tomar la decisión de quemar todas esas cartas. «No podemos hacer otra cosa con ellas», concluyó.
Esta noticia de un número crecido de cartas enviadas a Jerusalén y dirigidas a Dios debe hacernos reflexionar. Que haya tanta gente en el mundo urgentemente necesitada y que no sabe cómo hallar a Dios es sumamente triste.
Que haya necesidad de dirigirse a Dios es evidente. Que este haya sido el anhelo de toda la humanidad de todos los tiempos, también es evidente. Y que toda persona se sentiría feliz si Dios le diera la respuesta que necesita, lo es igualmente.
En el Libro de Job, tal vez el libro más antiguo de la Biblia, se expresa el mismo anhelo: «¡Quién me diera el saber dónde hallar a Dios!
Yo iría hasta su silla, Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos!.» (Job 23:3-4). Para satisfacer esa necesidad, el hombre ha inventado toda clase de religiones y ha fundado toda clase de ciudades sagradas.
Yo iría hasta su silla, Expondría mi causa delante de él, y llenaría mi boca de argumentos!.» (Job 23:3-4). Para satisfacer esa necesidad, el hombre ha inventado toda clase de religiones y ha fundado toda clase de ciudades sagradas.
En cierta ocasión, Jesucristo pasaba por la ciudad de Samaria cuando junto a un pozo se encontró con una mujer samaritana. Ella, en la conversación que se suscitó, le dijo a Jesús: «Nuestros padres adoraron en este monte, y vosotros decís que en Jerusalén es el lugar donde se debe adorar..» A lo que Jesús le respondió: «Mujer, créeme, que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al Padre, Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren» (Juan 4:20-23).
Dios no está circunscrito a ningún lugar, a ninguna organización, a ningún orden ni a ninguna religión. Si tratáramos de describir el lugar donde se halla, tendríamos que concluir que se encuentra en el lugar de nuestra necesidad. Lo hallamos en el corazón del arrepentido. Lo hallamos en el dolor del humilde. Y más que todo, lo hallamos al pie de la cruz de Cristo.
Dios está ahora mismo tocando a la puerta de nuestro corazón. Abrámosle la puerta y dejémoslo entrar. Él quiere ser nuestro seguro y eterno Salvador.
Fuente:poderypaz.com
Oseh Shalom
Bendito sea Dios a su nombre Gloria ,alabado sea tu nombre Señor tu pueblo te adora.
Hermosa alabanza .
DOS MINUTOS
Señor [...] ¡dame entendimiento, conforme a tu palabra! Salmo 119:169.
Si solo tuvieras dos minutos para brindar esperanza a alguien desanimado ¿qué dirías? ¿Qué puedes decir en dos minutos de manera que tus palabras alienten un corazón?
Este fue el desafío que enfrentó Abraham Lincoln cuando participó en la ceremonia de dedicación del Cementerio Nacional para Soldados de la ciudad de Gettysburg. Era el 19 de noviembre de 1863, poco después de la batalla de Gettysburg, durante la Guerra Civil norteamericana, en la que ya habían muerto miles de soldados.
El caso es que Lincoln, aunque era el presidente de la nación, no había sido invitado a la ceremonia. Y cuando avisó que iría, el orador principal ya había sido seleccionado. Es así que, por pura cortesía, le pidieron que «dijera algunas palabras» apropiadas para la ocasión.
¿Y quién sería el orador principal del evento? Nada menos que Edward Everett, el mejor de su clase. Cuentan los historiadores que ese día el discurso de Everett duró una hora y 57 minutos, y usó 13,609 palabras. Cuando terminó de hablar, la multitud le brindó una gran ovación.
Entonces vino el turno de Lincoln. ¡Vaya problema! Tener que hablar después del soberbio discurso de Everett. «Hace ochenta y siete años —comenzó diciendo— nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son iguales…».
Su discurso duró poco más de dos minutos. Menos de trescientas palabras. Pero cuando Lincoln tomó asiento, el tiempo pareció detenerse.
¿De qué habló Everett ese día? Nadie se acuerda. El discurso de Lincoln, en cambio, es hoy considerado uno de los más grandes de la historia. Y solo le tomó… poco más de dos minutos.
Dos minutos que nos enseñan la gran lección de que en esta vida no es la cantidad lo que cuenta, sino la calidad. No es la extensión, sino la profundidad. No es la apariencia, sino la esencia. Y, ¿por qué no? No es la personalidad, sino el carácter.
No te dejes impresionar por quienes necesitan de dos horas para expresar lo que piensan; o de cinco talentos para poder completar su tarea. Preocúpate por hacer lo mejor que puedas con tus dos talentos… o con tus dos minutos. Porque no es la cantidad, sino la calidad, lo que cuenta.
Este fue el desafío que enfrentó Abraham Lincoln cuando participó en la ceremonia de dedicación del Cementerio Nacional para Soldados de la ciudad de Gettysburg. Era el 19 de noviembre de 1863, poco después de la batalla de Gettysburg, durante la Guerra Civil norteamericana, en la que ya habían muerto miles de soldados.
El caso es que Lincoln, aunque era el presidente de la nación, no había sido invitado a la ceremonia. Y cuando avisó que iría, el orador principal ya había sido seleccionado. Es así que, por pura cortesía, le pidieron que «dijera algunas palabras» apropiadas para la ocasión.
¿Y quién sería el orador principal del evento? Nada menos que Edward Everett, el mejor de su clase. Cuentan los historiadores que ese día el discurso de Everett duró una hora y 57 minutos, y usó 13,609 palabras. Cuando terminó de hablar, la multitud le brindó una gran ovación.
Entonces vino el turno de Lincoln. ¡Vaya problema! Tener que hablar después del soberbio discurso de Everett. «Hace ochenta y siete años —comenzó diciendo— nuestros padres hicieron nacer en este continente una nueva nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son iguales…».
Su discurso duró poco más de dos minutos. Menos de trescientas palabras. Pero cuando Lincoln tomó asiento, el tiempo pareció detenerse.
¿De qué habló Everett ese día? Nadie se acuerda. El discurso de Lincoln, en cambio, es hoy considerado uno de los más grandes de la historia. Y solo le tomó… poco más de dos minutos.
Dos minutos que nos enseñan la gran lección de que en esta vida no es la cantidad lo que cuenta, sino la calidad. No es la extensión, sino la profundidad. No es la apariencia, sino la esencia. Y, ¿por qué no? No es la personalidad, sino el carácter.
No te dejes impresionar por quienes necesitan de dos horas para expresar lo que piensan; o de cinco talentos para poder completar su tarea. Preocúpate por hacer lo mejor que puedas con tus dos talentos… o con tus dos minutos. Porque no es la cantidad, sino la calidad, lo que cuenta.
Señor, que en todo cuanto realice hoy tenga el sello de calidad del cielo.
Fuente:Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes.
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